La
serie “Doce Meses Doce Paisajes” está inspirada en paisajes de La Vall dels Alforins. Estoy muy agradecida de vivir
rodeada de tanta majestuosidad y hermosura y poder apreciarlos desde mi
ventana.
La
naturaleza me aporta mucha paz. Su contemplación, sumergirme en su esencia
divina, captar toda la belleza y color de cada detalle, ser testigo de su orden: puro, continuo.
Sus ciclos, donde cada elemento ocupa su
lugar en total armonía, siendo consciente de su función, de su perfecto anclaje
con el resto, único e imprescindible.
La
conexión con la naturaleza nos recuerda nuestro verdadero origen. Es parte
fundamental de mi pintura. Una auténtica maestra de vida.
Copos
de nieve,
geometría
sagrada perfecta,
belleza
intacta en estado puro,
manto
que lo cubre todo
en
apariencia inerte,
en
realidad manto de vida.
Y
en el deshielo,
alimento
continuo.
Gota
a gota va nutriendo y vivificando.
Bajo
él, la tierra dormita
gestando
nueva vida,
auténtico
magma de energía creativa.
Primeras
flores de almendro,
esperanza
de lo que vendrá,
alegría
de la proximidad de la primavera,
promesas
de amor en cada pétalo.
Citrones
blancos,
campanillas
rosas y lilas,
flores
amarillas y de infinitos colores
que
llenan la tierra de aromas.
Néctar
de fantasía e ilusión,
una
explosión de luz y de color,
un
verdadero arcoíris en la tierra.
La
pasión de vida está presente de forma veraz ante nuestros ojos.
No
hay duda de que ha llegado el resurgir,
el
florecer de la primavera y del amor.
Las
briznas del cereal van creciendo poco a poco
hasta
destacar por encima de las flores,
cubriendo
la tierra de hermosas praderas verdes
como
si fuera una suave manta donde recostarse a descansar.
Pronto
las espigas la transformarán en colores ocres y dorados
invitando
al esparcimiento,
al
sosiego tras el alboroto de la primavera.
¡Um!...Ese
olor de cereal segado
en
las noches de verano bajo las estrellas
me
transporta a recuerdos de la infancia.
¡Ay
de los impasibles y llamativos girasoles
a veces cabizbajos buscando a su anhelado sol!
Llega
la cosecha y los ricos frutos nos ofrecen sus mejores sabores.
El
viento sopla y se lleva todo lo que no necesitamos.
Es
tiempo de limpieza, de tirar lastres,
de
soltar lo viejo, lo caduco, lo que ya no sirve
para
poder de nuevo interiorizar, sanar y volver a ser.
Y
de nuevo el atardecer,
la
calma,
la
quietud externa, el movimiento interno,
la
vuelta a casa, al fuego del hogar.
Todo
vuelve como está previsto,
siguiendo
un orden,
el
orden constante, perpetuo e infinito,
siguiendo
su curso,
siempre
igual y diferente,
porque
vuelve renovado año tras año,
siguiendo
el ciclo de la naturaleza,
de
la vida y la muerte,
en
constante cambio,
por
siempre recreándose.
Naturaleza
creativa en movimiento.